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8 de Junio de 2010 |12:31
"Ni Dios ni patrón ni marido"
Aún dentro de las normas restrictivas que condicionaban a las mujeres al cumplimiento de los roles domésticos, las periodistas del siglo XIX ejercieron el derecho a manifestar sus ideas respecto de una sociedad que respetara las diferencias entre los sexos.
Por Liliana Vela (*)
El Telégrafo Mercantil (1801-1802).
Por Liliana Vela (*)
Hacia fines del período colonial, la prensa escrita constituía el medio de difusión privilegiado de modo tal que los acontecimientos en el virreinato y las opiniones que estos originaban tenían su expresión en los periódicos de la época, donde no faltaba además exposición de los puntos de vista de los colonos respecto de variados temas.
Uno de ellos fue la situación de las mujeres en la colonia. A través de las apreciaciones asiduamente publicadas se puso en ejercicio una de las tantas formas de intervención social sobre este sector. Numerosos artículos publicados en el Telégrafo Mercantil, rural político-económico, historiográfico, de Río de la Plata, 1801-2, se referían a la salud, el carácter, el lujo, la extravagancia, el ocio y los problemas domésticos de las mujeres; aunque el tema recurrente fue su educación, tópico aún más recurrido después de las revoluciones en Latinoamérica.
Al respecto los debates abarcaban opiniones en un amplio arco que iban desde no instruirlas a educarlas en las ideas ilustradas. No obstante, al ser ellas objeto de interés dentro del nuevo diagrama y no sujetos a quienes les cabía el derecho al desarrollo autónomo de capacidades orientadas a su emancipación- intelectual, social y política- las polémicas no incluían ideas tendientes a la independencia femenina.
Se interrogaban sobre la necesidad, o no, de ilustrarlas, en qué grado y condiciones y qué institución estaría a cargo de hacerlo. En ocasiones se planteaba el derecho de las mujeres a su educación pero terminaban delegando en la ilustración del varón la decisión del papel que desempeñarían las mujeres en la sociedad. En cualquier caso, la preocupación por la educación femenina no tenía como destino su emancipación sino el reaseguro del mejor cumplimiento de la función materna y de las responsabilidades derivadas de ella: una esposa instruida sería un modelo valioso para los hijos, es decir, un sujeto útil a los intereses culturales.
La dependencia económica de las mujeres y sus consecuencias a lo largo de la vida, fue centro de interés de algunos pensadores liberales que vinculaban la educación de las mujeres con la posibilidad de transformarlas en miembros económicamente activos para el grupo familiar y para la sociedad y, por lo tanto, que también pudieran aspirar al control de sus medios de subsistencia y liberar de este modo del yugo del mantenimiento a los varones de la familia cuando las mujeres no se casaban. De tal modo que su educación, hasta el momento en manos de la Iglesia y el convento, pasaba a ser un tema de discusión en los periódicos, una discusión que requirió de mucho más, antes de convertirse efectivamente en programa de concretos cambios.
Las discusiones en torno del derecho de las mujeres a recibir educación se sostuvieron y afianzaron en el transcurso de la primera mitad del siglo XIX y fue de capital importancia en los debates por la educación laica.
Mientras las deliberaciones se llevaban a cabo en la prensa establecida con la participación de las voces masculinas facultadas, algunas damas generaron una prensa alternativa, elaborada por ellas y dirigida a otras mujeres. Estas pioneras gestaron publicaciones periódicas e incluyeron la palabra de un sector que, aunque formalmente excluido del orden público, venía desarrollando efectivos y variados modos de participación política tanto en el clima prerevolucionario como posteriormente.
Periodistas argentinas
Las precursoras en el ejercicio de la escritura periodística rebatieron las reglas de sumisión dominantes en el imaginario social de la época. Se trató de un recurso creativo en los convulsionados tiempos de la independencia y organización nacional que les permitió, a través de publicaciones breves, próximas al folletín, manifestar posiciones políticas, críticas a las acciones de los gobernantes, declarar las desiguales condiciones sociopolíticas en las que se hallaban las mujeres e ir cimentando demandas de ciudadanía.
Transpuesta la mitad del siglo, se pronunciaron por la educación laica, el derecho de las mujeres a ser formadas en el conocimiento de las ciencias y no simplemente instruidas para el cumplimiento de sus roles domésticos, aunque estos quedaban a buen resguardo.
La primera publicación periodística elaborada por una mujer en Argentina fue La Aljaba (1830); el nombre alude a una caja donde el arquero llevaba las flechas que dispararía y resulta una imagen elocuente de sus intenciones. La autora se mantuvo en el anonimato durante los 18 números que publicó y llegó a ser conocida a través de investigaciones casi al promediar el siglo XX. Así sabemos hoy que La Aljaba fue creación de Petrona Rosende de Sierra, poeta y periodista uruguaya que la necesidad de exilio mantuvo en Buenos Aires durante la primera época rosista.
Inmediatamente aparecida la publicación cuestionó sutilmente el lugar marginal de las mujeres: “La Aljaba armó sus flechas antes que la Argentina pensara hablaros”, y a continuación declaró sus miras: “Sus trabajos no llevan más objeto que formar hijas obedientes, madres respetables y dignas esposas” al mismo tiempo que aspira a proveer de recursos que “eleven al bello sexo a la cumbre de la instrucción” [La Aljaba. Prospecto, 1830].
El anonimato y una serie de moderaciones que estructuran ese primer número, dan a entender su preocupación de ser resistida por las damas a las que se dirigía y por los varones que consideraban la subalternidad un rasgo propio de la naturaleza femenina y a la prensa un coto de su exclusivo señorío.
Puede que también la autora quisiera, con esta declaración de principios, aquietar los ánimos reaccionarios de quienes seguramente fueron sorprendidos por la audaz empresa y, si bien advertía que los cambios propuestos no cambiarían de raíz las funciones de las mujeres en la sociedad, dio en el blanco respecto de la contradicción de pretender un nuevo orden cultural y político y mantener a las mujeres en la ignorancia.
Es decir que La Aljaba centraba su interés en la educación como soporte del ejercicio de la maternidad republicana, rol central de las mujeres en la sociedad; y para garantizar que esa influencia fuese positiva, se debía asumir la imperiosa necesidad de educarlas en los valores religiosos. En su cuarta entrega interpeló a las mujeres a comprometerse con el crecimiento y desarrollo de la patria y a intervenir en la coyuntura política con un rol específico: no engendrar hijos que luego nutrieran ejércitos fraticidas.
Más adelante valoró el reconocimiento de la independencia de los pueblos americanos por parte de Francia como clave en el impedimento de nuevas invasiones españolas. Tampoco se desentendió del conflictivo clima político interno y para el caso incitaba a las damas a actuar e interponerse hasta evitar los continuos enfrentamientos promovidos por el caudillismo; de este modo las páginas de La Aljaba punzaban y tomaban posición sobre candentes asuntos de la época.
Pidiendo permiso sin permiso
Después de la caída de Rosas apareció La Camelia (1852) posiblemente dirigida por Rosa Guerra. El primer número también abunda en cautelas y constituye una florida solicitud de permiso para entrar en son de paz en el consagrado ámbito varonil de la escritura. Así y todo, los recaudos no le impidieron emplear una voz ajena y parafrasear: “el Genio no tiene secso[sic]” (La Camelia, N° 1, 11 de abril 1852).
La publicación tomó posición respecto del acontecer político, celebró la caída de Rosas y auguró una nueva era que no podía rehusar la libertad de las mujeres: “[…] no hay derecho alguno a que se las excluya de ella. Libertad, no licencia es nuestro lema […] únicamente limitada por la razón por la equidad” (La Camelia, N° 1, 11 de abril 1852).
El nuevo orden no podía ignorar el respeto a la autoridad así como la autoridad debía reconocer la contribución de las mujeres desde la revolución. Denunció el abuso histórico que los varones han infringido sobre las mujeres; hizo hincapié en la igualdad derechos y, acorde al signo ilustrado de la época, apoyó la educación igualitaria en el aprendizaje de las ciencias: “[…] La Patria precisa que se haga universal el conocimiento de las ciencias para ambos secsos […]” (La Camelia, N° 9, 29 de abril 1852). La iglesia misma fue objeto de sus reclamos instándole a que se ocupara de transmitir valores republicanos, así se refirió a los sermones en el templo: “[…] y contamos que S. R. no olvidará de hacernos justicia en sus elocuentes prédicas, del derecho que reclamamos de igualdad” (La Camelia, N°4 ,18 de abril 1852).
En 1854 Juana Paula Manso emprendió la publicación del Album de Señoritas y en cada número declaró la autoría. Durante la época rosista estuvo exiliada en dos oportunidades en Montevideo y en Brasil; en ambos sitios realizó publicaciones. Durante el segundo exilio en Brasil (1851) gestó un periódico semanal, el O Jornal das Senhoras que fue el antecedente directo del Album; éste refleja la madurez, el caudal intelectual de la autora y la experiencia adquirida a través de O Jornal.
Eduarda Mansilla y Teresa González de Fanning. |
Para entonces la experiencia de la escritura era para Juana P. Manso un terreno afianzado: había escrito poesías, novelas, novelas históricas, obras de teatro. Más tarde, ya caído Rosas, debió volver a Brasil por razones económicas y la frustración de no haber encontrado en la sociedad porteña el apoyo para sostener la publicación. Desde la presentación del Album de Señoritas, la escritora enuncia su propósito principal: “(…) Emanciparlas de las preocupaciones torpes y añejas que les prohibían hasta hoy hacer uso de su inteligencia, enajenando su libertad y hasta su conciencia […]” (Album de Señoritas, N1, (1 enero 1854):1-2) Si bien el atraso concernía de manera irrevocable a las propias mujeres, se propagaba en las familias y en la sociedad y, sin dudas, las más afectadas eran las mujeres pobres:
“[…]Las clases altas y abastadas, con más facilidad sacuden el dominio del error […] más esa clase pobre, sumida en el barbarismo ó la prostitución, esa no se arrancará de ese estado sinó con mas trabajo y perseverancia” (Album de Señoritas, N1, (1 enero 1854):1-2).
Anunció un plan de estudios ilustrado y valoró la producción latinoamericana por su vitalidad, pensaba Manso que por tener menos herencia que Europa, América poseía mayor libertad de pensamiento, creatividad y potencia. Finalizado el primer mes y con cinco números publicados, hizo un llamado acuciante a la “clase ilustrada” en espera de las suscripciones que le permitieran sostener económicamente el semanario. Un apoyo que no llegó. La situación económica de Juana Manso siempre fue premiosa, los compromisos políticos de su padre, contrarios a Rosas, obligaron a la familia a los primeros exilios que luego se constituirían prácticamente en una forma de supervivencia para Manso.
Los ocho números del Album de Señoritas reflejan el compromiso de la autora con la realidad social política y cultural de la época. La valoración del desarrollo del país a partir del alumbrado a gas, el tendido de ferrocarril, la navegación a vapor fueron para ella indicios de los avances incontenibles de América del Sur a quien prefiguraba hermanada. La iglesia católica recibió sus agudas críticas; señaló su retraso, le exigió coherencia y no estimular guerras fraticidas. Afirmó que el estado moderno que se aspiraba construir, no podía restringir la libertad de culto ni desentenderse de la educación popular. El Estado debía proveerse de una ley que rigiera la educación y fijara bases acordes a las teorías civilizatorias; ningún proyecto de país podría desarrollarse sin educación.
Sus alegatos contra toda forma de esclavitud y la sostenida defensa de la educación pública, laica y mixta, la enfrentaron a distintos sectores del poder. Un enfrentamiento cuya disparidad de fuerzas impuso a la empresa del Album una vida muy corta; no obstante la brevedad, el contenido fue de una contundencia apenas insinuada en publicaciones previas.
Como hemos abordado más arriba, las cuestiones relativas a los derechos igualitarios y a la necesidad de independizar a las mujeres a través de la educación ya habían sido abordadas por otras publicaciones pero se advierte en Manso el diseño de un programa a gran escala que contemplaba niveles de formación, temáticas y métodos de enseñanza. Para ilustrar a las mujeres no debía restringirse ningún campo: la filosofía; la ciencia, la medicina, la moda y la variedad de contenidos que pueden transmitirse en la narración de viajes fueron tratados en el semanario.
Ella tuvo en mente un sistema de educación que por supuesto comprendía a las mujeres pero que abarcaba a la población en su conjunto, cuestión que favorecería al diseño sarmientino que la contó como colaboradora; sus aportes al respecto ameritan una atención que no podemos destinarle en esta ocasión. La naturaleza de sus ideas, y el tono categórico con que las sustentaba, le granjearon en su tiempo un nutrido y potente grupo de adversarios políticos y eclesiásticos. La constancia y agudeza en el tratamiento de la emancipación de las mujeres a través de la educación y la defensa de derechos de igualdad hablan de un clima que seguiría madurando hasta finales del siglo XIX donde cobraron reanimado impulso a través de las primeras organizaciones feministas.
Mucha mujer
Algo más de dos décadas después, Juana Manuela Gorriti, integrante de una familia ligada a la independencia y que también experimentó el exilio como forma de vida, inició la publicación de La Alborada del Plata (1877).
Esta escritora, era ya reconocida por sus novelas, memorias, cuentos, biografías y una lúcida sociabilidad que le permitió propiciar tertulias literarias en Lima y Buenos Aires que fueron un estímulo en la construcción del ideario moderno americanista y llegaron a constituir un puente cultural y político para la región. El nuevo semanario rioplatense sería un elemento más a favor del intercambio cultural, de la integración sudamericana y de las aspiraciones de proyección internacional:
“[…] Esta selección de producciones inéditas unas y poco leidas otras, dada a luz en un periódico que se publique a las orillas del Plata, llevará a todas las capitales americanas de habla española, un movimiento desconocido de vida intelectual […] Los primeros escritores de todos los Estados del continente colaborarán en La Alborada del Plata, que será el núcleo donde se concentre el pensamiento de esa gallarda falange de pensadores, honra y prez de las letras en el Nuevo Mundo (…)” (La Alborada del Plata, N°1 (18 noviembre1877):1 Prospecto).
La vastedad y riqueza de sus producciones anticiparon en Perú la publicación de La Alborada de Lima. Respecto de La Alborada del Plata, las dificultades que presentaba la distancia y la diversidad de empresas culturales de Gorriti, hicieron que muy pronto confiara la publicación a Josefina Pelliza de Sagasta que no aspiraba centralmente a la emancipación de las mujeres sino a que se las valorara por los roles que tradicionalmente habían desempeñado en la familia y en la sociedad.
Este punto de vista más atenido a las tradiciones provocó respuestas firmes como la de Raimunda Torres y Quiroga, colaboradora del periódico. “[…] V. quiere á la mujer periodista, literata, iniciadora, todo menos emancipada. Nosotros la queremos sabia (aun que á V. le espanta la sabiduría) independiente, oradora, guerrera, ménos subyugada.” (La Alborada del Plata, N°11 (27 enero 1878):85). La publicación continuó unos meses más, con salida quincenal y el 1 mayo de 1878 apareció el último número.
En 1880 Gorriti gestó una nueva publicación La Alborada Literaria del Plata de vida muy breve (enero-mayo 1880), codirigida con Lola Larrosa de Ansaldo quien también quedó al frente muy pronto y acentuó la defensa de la posición tradicional de la mujer en el ámbito doméstico. Como los anteriores periódicos, tanto La Alborada del Plata como La Alborada Literaria del Plata tuvieron una presencia temporal acotada que no impide apreciar la libre discusión y la participación de mujeres y hombres destacados por su formación intelectual, sus producciones literarias y sus compromisos políticos.
La voz de la mujer (1896-1897). |
El periódico reflejó las polémicas sobre temas candentes de la época: la emancipación de la mujer, su relación con la religión y con los roles tradicionales; la educación científica en la era del progreso; el patriotismo y el americanismo; entre otras temáticas y al mismo tiempo permite apreciar el proceso de los cambios culturales, con sus marchas y contramarchas.
Antes de finalizar el siglo una nueva iniciativa periodística, íntegramente enfrentada al orden social y político, tuvo lugar a través de La Voz de la Mujer (1896-1897), publicación de las mujeres anarquistas que denunció los privilegios burgueses frente a las apremiantes condiciones de las obreras y también la conducta opresiva de los mismos anarquistas; su posición política ligada al comunismo anárquico, las mantuvo en el anonimato.
Estos cuestionamientos manifestaban la claridad de las redactoras en cuanto a la sujeción de las mujeres con independencia de las ideologías y así respondían, con ironía y contundencia, a la animadversión con que fue recibido el primer número:
“[…] “ emanciparse la mujer?” “ para qué?” “qué emancipación femenina ni que ocho rábanos” “¡la nuestra! “venga la nuestra primero y luego cuando nosotros, los hombres, estemos emancipados y seamos libres, allá veremos” Con tales humanitarias y libertadoras ideas fue recibida nuestra iniciativa […] Pero es preciso señores cangrejos, y no anarquistas, como mal os llamáis[…] que sepáis de una vez […] que nosotras también tenemos derecho a emanciparnos y ser libres de toda clase de tutelaje ya sea social, económico ó marital[…] Ya se acabó aquello de: “Anarquía y libertad” y las mujeres á fregar. Salud! […] Nosotras creemos que en la actual sociedad nada ni nadie es más desgraciada en su condición que la infeliz mujer […]” (La Voz de la Mujer, N°2 (31 enero 1896).
Ni Dios ni patrón ni marido
En relación con su posición política, lanzaron poderosas críticas sobre las instituciones y en particular contra el matrimonio y la vida doméstica como ejes del control de los varones sobre el cuerpo femenino; al lema anarquista: Ni Dios, Ni patrón; ellas agregaron: “Ni marido”. “[…] Vosotras las que pensáis encontrar amor y ternezas en el hogar, sabed que no encontraréis otra cosa que un amo, un señor, un rey, un tirano […]”( La Voz de la Mujer, N°3 (20 febrero1896).
Sus contribuciones versaron sobre temas intocados hasta entonces, plantearon el derecho al placer y al goce sexual de las obreras ya que afirmaban que los grados de libertad al respecto también dependían de las clases sociales y las obreras sufrían los mayores menoscabos:
"[…] Todos los hombres; los ricos y los pobres, la señorita high life, y la respetable matrona hacen en cuestión de amor lo que quieren, todo está permitido para ellos […] Solo la muger proletaria es la que está obligada ó debe temer las consecuencias de un deliz porque para ella no habrá perdón (sic) […]" ( La Voz de la Mujer, N°8 (14 noviembre1896). La Voz de la Mujer por la inscripción libertaria de sus realizadoras aportó elementos únicos en la polémica sobre mujer al finalizar el siglo.
La producción periodística femenina expresó las preocupaciones modernas e incorporó su pensamiento en la gestación del orden republicano y, aunque la incitación no tuviera la fuerza de una acción colectiva ni mayoritaria, fue expresión tanto de las transformaciones que las ideas liberales iban plasmando en las sociedades de América Latina, como la constancia de audaces recursos.
Aún dentro del imperio de las normas restrictivas que condicionaban a las mujeres a la observancia y cumplimiento de los roles domésticos con los que casi todas ellas acordaban, con ostensiva excepción de las anarquistas, las periodistas del siglo XIX ejercieron el derecho a manifestar sus ideas respecto del diseño de una sociedad que prefiguraban respetuosa de las diferencias entre los sexos pero que al mismo tiempo asumiera el valor de las contribuciones femeninas.
(*) La autora de la nota es investigadora de la UNCuyo y del INCIHUSA-CONICET. Su línea de trabajo se concentra en los temas referidos a la presencia cultural y política de las mujeres en Argentina desde el siglo XIX.